Santo Evangelio según San Marcos 4,26-34
Parábola de la semilla que crece por sí misma y la de mostaza: En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembre la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto, primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha." Les dijo también: "¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombre." Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero sus discípulos les explicaba todo en privado" Palabra del Señor
Reflexión del Papa Francisco
Cuando Jesús explicaba en las parábolas cómo era el reino de Dios,
utilizaba siempre palabras serenas, tranquilas y utilizaba también figuras que decían que el reino de Dios estaba escondido.
Así, Jesús compara el reino a un mercader que busca perlas finas aquí y allá o bien, a
otro que busca un tesoro escondido en la tierra. O decía que era como una red que acoge a todos o como la semilla de mostaza, pequeñita, que luego llega a ser un árbol grande.
En definitiva, el reino de Dios no es un espectáculo. Precisamente el espectáculo, muchas veces, es la caricatura del reino de Dios. En cambio,
el reino de Dios es silencioso, crece dentro; lo hace crecer el Espíritu Santo con nuestra disponibilidad. Pero crece lentamente, silenciosamente.
¿Tú eres cristiano? ¡Sí! ¿tú crees en Jesucristo? ¡Sí! ¿crees en los sacramentos? ¡Sí! ¿crees que Jesús está allí y que ahora viene aquí? ¡Sí, sí, sí!». Y, entonces, ¿por qué no vas a adorarlo, por qué no vas a la misa, por qué no comulgas, por qué no te acercas al Señor, para que su reino crezca dentro de ti?
Por lo demás,
el Señor jamás dice que el reino de Dios es un espectáculo. Cierto, es una fiesta, pero es distinto.
Es una fiesta bellísima, una gran fiesta. Y el cielo será una fiesta, pero no un espectáculo.
Y es lo que sucede, a veces, en las celebraciones de algunos sacramentos, dijo invitando a pensar especialmente en las bodas.
Tanto que tenemos que preguntarnos: ¿Esta gente vino a recibir un Sacramento, a hacer fiesta como en Caná de Galilea, o vino hacer el espectáculo de la moda, de hacerse ver, de la vanidad?.
Al contrario del espectáculo, está la perseverancia de muchos cristianos que llevan adelante la familia: hombres, mujeres que se preocupan por sus hijos, que llegan a finales de mes con menos de un euro solamente, pero oran.
Y el reino de Dios está allí,
escondido en esa santidad de la vida cotidiana, esa santidad de todos los días. Porque el reino de Dios no está lejos de nosotros, está cerca.
El reino de Dios es humilde, como la semilla: humilde; pero se hace grande por el poder del Espíritu Santo. Y a nosotros nos toca dejarlo crecer en nosotros, sin gloriarnos.
Dejar que el Espíritu venga, nos cambie el alma y nos lleve adelante en el silencio, la paz, la quietud, la cercanía a Dios, a los demás, sin espectáculos.
(Cf Papa Francisco, Homilía en Santa Marta, 13 de noviembre de 2014)
Oración de Sanación
Jesús mío, en el comienzo de este día te busco con gran ímpetu porque sé que solo en Ti puedo encontrar la fuerza de la misericordia que llena de vida, esperanza, levanta el alma y me hace caminar confiado
Estoy convencido que vienes de lo alto y estás por encima de todo. Creo que Tú eres el Hijo de Dios, el Rey de reyes y que nos has hablado del Reino del Padre porque Tú procedes de Él.
En Ti espero la vida eterna, esa vida nueva que me regalaste en mi bautismo y que con mis faltas la he ensombrecido yéndome por caminos errados que no me acercaban a Ti.
Sáname y límpiame de todas esas heridas que están causando frustración y desolación en mi alma. Sé que Tú todo lo puedes, todo lo transformas y eres capaz de hacer brillar hasta el más oscuro pecador
En tus llagas esparciste la misericordia divina a toda la humanidad, abriste el camino a nuestra salvación a través de Ti y nos hiciste sentir a todos que somos valiosos y merecedores de tu Gracia.
Creo en Ti, creo en tu poder, y que junto al Espíritu Santo vas derramando bendiciones a quien acepta tu testimonio de amor y deja atrás su vida pecaminosa al descubrirte como el mayor tesoro del universo.
Confío, Señor de mi vida, en que en estos momentos me bendices y así como el Padre te ama, Tú me amas de igual modo.
Bendito seas mi Jesús, mi Señor, mi Salvador. Contigo no hay miedo que valga, porque a tu lado experimento seguridad y protección. Amén
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